Artículo por Belissa Fux
Mujer Alfa, lectora compulsiva, fan de Jane Austen y escritora independiente las 24 horas. Sufro de discapacidad para NO decir lo que pienso. Las crónicas de Belissa
El largo de nuestra falda no mide cuán “accesibles” somos
Odio muchas cosas, pero en mi lista de “las cosas que odio”, las etiquetas se llevan el primer lugar.
A veces me levanto y pienso qué personaje me tocará interpretar hoy. ¿Seré la hija descarriada que ha decidido salir con unos cuantos hombres? ¿seré aquella que usa minifalda con ganas de provocar?, ¿o seré la puritana que se oculta de los prejuicios?
Es espectacular ver cómo la gente se alimenta de historias vanas, me asombra la imaginación de algunos, pero son quienes las consumen los que realmente me dan pena. De mí he escuchado decir que mi primera vez fue con un chico 10 años mayor hasta que cada vez que salía con amigas alguien distinto me devolvía a casa; y durante mucho tiempo he dejé que ese tipo de comentarios me afectaran.
Me han herido de la manera más profunda suponiendo ese tipo de cuestiones, pero solamente quienes estamos de este lado comprendemos esa clase de dolor. Nadie puede conocer más de nosotras, que nosotras mismas; y yo que me descubro día a día como mujer ya no le debo explicaciones a nadie de mi condición como tal.
Convivir con gente prejuiciosa me ha enseñado que la única con poder para imponer valor sobre mí, soy yo. He aprendido a respetarme, a quererme y sobre todo a no sentirme mal por mis decisiones. Sí, he salido con unos 8 hombres en mis 23 años (¡Tranquilas! Cosmopolitan dice que la mujer promedio suele salir con unos 10 antes de casarse con el indicado, ellos también nos ponen etiquetas), he besado a un par de desconocidos, incluso coqueteé con muchos otros pero sólo me enamoré una vez. Y aun así hoy pesan mucho más esas etiquetas que mi verdadera esencia.
Es común para mí oír historias como “esa se embarazó por promiscua”, o incluso “a esa la violaron por su culpa, ¿viste cómo estaba vestida? Después lloran”. Cuánta crueldad en tan pocas palabras, cuánta ignorancia en una sola mente. Creo que ninguna de nosotras se levanta con la idea de ser ultrajada, creo que el largo de nuestra falda no mide cuán “fáciles” somos, creo que mi escote no insta a un sinfín de groserías y creo que no me visto ni actúo para persuadir a nadie de nada. Pero esto no sólo abarca a gente que no nos conoce, también nos etiqueta la gente de todos los días, incluso nuestros pares femeninos.
Está bien que mi hermano lleve una chica distinta a casa cada noche porque eso lo convierte en un hombre ganador, pero está mal que yo quiera experimentar mi sexualidad y cuerpo porque entonces soy demasiado fácil. El hombre puede relacionarse con mujeres sin ninguna intención, pero la mujer no puede entablar una amistad con el sexo opuesto sin que ese sexo opuesto piense que no queremos acostarnos con ellos. Muchas veces he pensado en llevar a cabo esos rumores que escucho por ahí, sólo así hablarían de una con un poco de razón.
Ya me aburrí de que me etiqueten sin motivos, me cansaron sus estereotipos inventados y tanta mentira disfrazada. Hoy quiero ser madre y darle el pecho a mi hijo sin una mirada babosa en mi busto exhibido, hoy quiero salir a bailar y ponerme ese vestido que se ajuste a mi figura sin miedo a que me toquen el culo, hoy quiero maquillarme para ir al trabajo sin que mi novio piense que lo hago para que otros me miren, hoy quiero tener 45 años y ser impune para usar la minifalda roja que tanto me gusta; hoy quiero ser ni puta ni santa, sino MUJER, y de las que se cagan en las etiquetas.
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