Por Ignacio Mardones
Para ellas, ser hermanas ha sido una historia de amor.
Viven juntas en un hogar de ancianos en Inglaterra. Son parte de una pequeña comunidad, sus habitaciones siguen estando una al lado de la otra. A ellas no les importa diferenciarse; les gusta estar unidas, siempre han sido así y seguramente seguirán siéndolo hasta su muerte. Glenys Thomas y Florence Davis son sus nombres. Un día supieron que eran las gemelas más ancianas de su país, luego les llegó otra noticia: eran las gemelas más ancianas del mundo. No sabemos cómo reaccionaron, pero hay algo mágico en ser parte de una historia que sorprende y encanta a la gente. Podríamos suponer que se sonrieron, se tomaron de la mano, o quizás no; quizás simplemente dieron una vuelta por el barrio, vieron a los niños correr, porque también puede ser que no les interese ese tipo cosas:
Nacieron en 1911 y han visto la sociedad cambiar, presenciado los avances tecnológicos, sufrido 2 guerras mundiales, infinitos primeros ministros y presidentes… Y mientras el mundo es objeto de una multiplicidad de cambios, sus cuerpos han sabido mantener la sincronía incluso en la vejez, ellas se han preocupado de llevar una vida pacífica, donde la evolución transcurre lento y es un microclima ideal para ambas:
Hay una frase muy bella dicha por el dramaturgo francés Ernest Legouvé, que dice así: “Un hermano es un amigo dado por la naturaleza”. Para estas gemelas, esas palabras son de una verdad absoluta. Es como si el tenerse mutuamente les arreglara la vida. Ellas nunca han viajado fuera del país, tampoco saben manejar, vestirse igual y comer lo mismo las hace felices y no necesitan de nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario