lunes, 17 de junio de 2019

HISTORIAS REALES

Nunca me gustaron los paraguas. Me parecen artefactos bastante traidores y evito caer en sus trampas. Hoy fui por primera vez a la marcha sola. Llegué a 18 para incorporarme con ese río de gente susurrante, arrastrandonos a paso liturgico. Cuándo el agua se hizo impasible, un señor sin mi desconfianza por los paraguas y su traición, me cubre con el suyo sin darme explicaciones. Caminamos juntos sin decirnos nada. Sólo Presente, buscándole a las tres sílabas un poco de sentido. Y entonces se quiebra, justo en la mitad de un nombre en los altavoces. Me codea, me dice “ahí viene” y se ríe y llora y grita Presente, háblandole alguien que quiso. Que quiso y le robaron y nunca le devolvieron. Y lloro para adentro y le aprieto en brazo y no sé ni quién ese tipo que llora, me cubre con su paraguas y pide justicia.
Después me pide que le tenga el paraguas, se seca los ojos con un pañuelo de tela de esos que yo creía que ya no existían y el sabremos cumplir del himno ya lo encuentra otra vez erguido. Termina el himno, “vos aplaudís por los dos y yo tengo el paraguas”, y nos reímos chiquito. Me pregunta si voy lejos, lo tranquilizo que son unas cuadras y se despide con un “Gracias mijita” agujereado. Y yo lo cuento, porque estos encuentros son los que nos salvan de la deriva. De perdernos en nosotros mismos. Los que les dan sentido a los slogan y a la lucha y reafirman que es verdad, todos somos familiares. Y porque a partir de hoy, reivindican un poco la bondad de los paraguas


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Lore Nin Díaz

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