Ayer estaba esperando el ómnibus y suelo mirar bastante hacia arriba, para ver el cielo, las nubes, las hojas de los árboles, me reconforta, me relaja, ya que vivo en el centro de la ciudad.
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De repente escucho el llanto de un bebé de año y medio aproximadamente, fuerte llanto mezclado con gritos. Observo. Veo a su mamá intentando contener. Otro hijo un poco más grande rondando la situación. Mientras sostiene a su bebé intenta que su otro hijo no se vaya a la calle. Respiro y la veo respirar, profundo.
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Viernes, 17.30 horas, hora pico y algunos cortes en la calle. Ciudad en caos. Nos subimos al ómnibus, repleto. Ella dudó en subir, pero subió. Bebé llorando, hijo mayor, camperas en mano, tres mochilas, ella. Buscando asiento, buscando ayuda. El asiento demora, la ayuda no llega.
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Bebé no paraba de llorar. Sigo observando. Quiero ayudarla pero sigo respirando. No se como se lo va a tomar. Vuelvo a respirar profundo. Como si mi relajación quisiera alcanzarla y abrazarla a ella.
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Bebé sigue llorando, gritando y contorsionándose. Mamá transpira, nerviosa, pide perdón, bebé también transpirando, hijo mayor que no sabe dónde ponerse. Mamá que intenta todo.
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Mientras tanto: resoplos, miradas, juicios. Palabras: “Se complicó” “Pa como llora” “ay por favor” “por qué no lo calla” “que se baje”.
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A mi se me estruja el alma.
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Me acerco: pongo mi mano suavemente en su hombro. “Te entiendo tanto. ¿Puedo ayudarte?” 5 palabras bastaron para que me mirara con ojos agotados, resignados, desesperados, miedosos, abrumados y de a poco empapados en lágrimas. No hicieron falta palabras para que en segundos sus lágrimas recorrieran su cara.
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La ayude a bajar. Nos despedimos con una mirada profunda y tierna.
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Mientras escribo me duele. Me duele el juicio, la mirada sentenciadora, la nula empatía, el olvido de las madres, el desconocimiento de las personas.
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Me duele. Le duele. Te duele.
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Por favor, antes de juzgar respira y recorda que para ella es mucho más difícil que para vos.
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No la dejes sola.
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Lic. Mercedes Perez Rueda
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